Las lombrices (géneros Lumbricus y Eisenia, principalmente) son parte de la fauna normal de un suelo, en un ecosistema natural. Por sus hábitos alimenticios y su forma de locomoción, que van de la mano, ingiere grandes cantidades de suelo (tierra) que pasan por su sistema digestivo y absorbe nutrientes minerales del suelo, pero también digiere la materia orgánica particulada que va revuelta con esa tierra. De esta manera, sus enzimas ayudan a mineralizar partículas de materia orgánica. Durante su alimentación, sucede un proceso físico que consiste en crear canales por todo el volumen de suelo recorrido. Esto ayuda a reducir la densidad aparente del suelo y también a mejorar la ventilación o aireación de las raíces. Tanto una menor densidad aparente como la presencia de los canales, mejora también el drenaje interno de agua. Además, el mejoramiento de las propiedades físicas y microbiológicas del suelo incrementa sustancialmente la capacidad de absorción y retención de agua en el suelo.
Ahora, los ecosistemas agrícolas, o agroecosistemas, suelen roturar mucho el suelo, digamos que para hacer lo que hacen las lombrices en un ecosistema natural. Esto reduce mucho la población de lombrices, ya que los arados y rastras matan a estos animales. También otras prácticas agrícolas generan condiciones adversas para la vida y reproducción de las lombrices, como la aplicación de insecticidas para controlar plagas del suelo, como nemátodos y algunas larvas de lepidópteros, coleópteros, hymenópteros, dípteros y otros insectos, cuyas larvas se alimentan de las raíces del cultivo o sus pupas invernan enterrándose debajo de la superficie del suelo. Cabe mencionar que los implementos de labranza reducen drásticamente las poblaciones de estos organismos enemigos del cultivo, al mismo tiempo que mejoran las condiciones físicas del suelo para la germinación y el crecimiento del cultivo.
En la actualidad se produce de forma comercial el humus y la composta de lombriz (lombriz californiana, Eisenia foetida). Estos materiales se aplican al suelo para mejorar las propiedades microbiológicas y para aumentar el contenido de materia orgánica (carbono orgánico) del suelo.
La labranza de conservación, cero labranza, labranza reducida y otros sistemas se inventaron durante el siglo pasado, sobre todo en el oeste de Estados Unidos donde una prolongada sequía sumada a la gran intensidad de labranza de la agricultura comercial, generaron grandes tormentas de polvo que causaban molestias en sitios tan lejanos como la ciudad de Nueva York y el norte de México, el llamado "Dust Bowl". El problema era la erosión causada por el viento sobre suelos desnudos. Esto generaba grandes tolvaneras que duraban incluso días enteros. Bueno, el problema se resolvió haciendo una labranza menos intensa del suelo, de manera que los residuos del cultivo permanecieran siempre sobre la superficie, a manera de una cubierta protectora contra la fuerza del viento.
Estos nuevos sistemas de labranza permiten que la estructura del suelo permanezca inalterada, no solo durante el ciclo de cultivo sino a lo largo de muchos años. Esto permite el crecimiento de las poblaciones de lombrices, que son las que se encargan, nuevamente, de mantener la buena aireación y el buen drenaje del suelo, así como reduciendo la densidad aparente y la compactación del mismo.
Como ves, es tan importante su presencia sobre la actividad microbiológica como para mantener las propiedades físicas del suelo en óptimas condiciones para el cultivo. Y además contribuyen a mantener el contenido de carbono orgánico en cantidades o concentraciones elevadas, cosa que es muy apreciada en los sistemas agropecuarios modernos y sobre todo aquellos que presentan la característica o tienden a la sostenibilidad.